domingo, 23 de enero de 2011

09:03 AM

Aquel día me invadía la preocupación. Eran las 9 de la mañana, yo esperaba al autobús desde hacía ya 45 minutos, pero ni siquiera un taxi había pasado por allí. Ese día, precisamente ese día, no había amanecido. No sólo iba a perder el autobús, sino que también iba a perderme su mirada, su sonrisa, su tupé... ¿Por qué ese día tendría que haberse quedado dormido el Sol?.

Me entretuvo pensar que igual no se había quedado dormido, sino que Él lo había robado y guardado para poder alumbrar el resto de momentos que nos quedaban juntos. Me imaginaba al Sol dentro de una caja de zapatos, aplastado por la tapa y haciendo fuerza para salir. Él era así, no necesitaba más que una caja de zapatos para hacerme feliz.

Lo que nunca pude imaginar es que ese Sol que no aparecía no había sido robado ni secuestrado. Él sólo tuvo que decirle lo mucho que nos queríamos y lo que tardaría en llegar esa mañana a mi parada de autobús. El Sol, al recordar su amor imposible con la Luna, cedió a sus súplicas y empezó a asomar sus rayos más largos a las 9 y 3 minutos de la mañana, justo cuando Él se sentaba a mi lado en aquella parada de autobús. Y fue precisamente aquel día cuando descubrí que Él era la persona indicada para hacerme feliz sin necesidad siquiera de una caja de zapatos.

Desde entonces el Sol, Él y yo seguimos encontrándonos a la misma hora en la misma parada de autobús para revivir juntos el amanecer más bonito de nuestras vidas.

1 comentario:

Artemisa dijo...

Me ha gustado mucho tu relato ^^ me alegro que lo haya inspirado esa poesía tan bonita que me regalo un amigo :)

Un besito!! gracias por avisar!!