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miércoles, 16 de marzo de 2011

La mañana sin mañana.

Su cocina no era tan grande como para poner una mesa y, aunque en el comedor tenía una enorme y bien iluminada, a ella le gustaba desayunar sentada sobre la encimera de la cocina. No tenía porque ir con prisa, o sí, daba igual. Ella era feliz allí, mirando aquel cuadro del ron cubano. Siempre imaginaba que al señor de la derecha, el que estaba más gordo y llevaba dos botellas, le acababa de tocar la lotería y por eso había invitado a su amigo a celebrarlo. “Son los dos unos borrachos” decía su madre mientras aceptaba a regañadientes que no quisiera desayunar “como las personas” en el comedor.
Pero ella no creía que fueran borrachos. Ella creía que eran de esas personas que les gusta celebrar las cosas a lo grande, como si no hubiera un mañana. Igual aquel señor solo había ganado diez euros (o cual fuera su equivalente en la moneda de Cuba), pero había querido celebrarlo, compartir su felicidad. Como si no hubiera mañana.
Y día tras día imaginaba esta historia en su cabeza sentada en la encimera de la cocina, disfrutando de aquel cuadro una y otra vez así como de todas las cosas que envolvían a aquel rutinario momento. Como si no hubiera mañana.

lunes, 7 de marzo de 2011

A la sombra.

Se conocieron sin querer, fue una de esas casualidades que te cambian la vida. Elvira estaba haciendo barro en aquel rincón, aquel en el que Aitor quería plantar su semilla. Casi sin mediar palabra los dos estaban cavando el agujero para plantarla. Sin palas ni rastrillo, con las manos. Con las manos es con lo que se hacen los mejores agujeros del mundo, y así es como ellos hicieron el suyo. Hablando y hablando, riendo y riendo. Sin darse cuenta habían hecho un agujero enorme. “Casi llegamos al mar” dijo Aitor. Cuando creyeron que ya estaba listo para introducir la semilla Aitor se metió la embarrada mano al bolsillo y sacó un hueso de aceituna. Elvira hubiera preferido otra cosa, la verdad. Un rosal, por ejemplo. Pero afortunadamente no dijo nada y los dos continuaron con la plantación.
Siguieron juntándose en aquel rincón tarde tras tarde para regarlo, mimarlo y, como decía Elvira “hablarle para que crezca más sano”. Lo que ellos no sabían es que ese simple olivo iba a crecer junto a su amistad y que hoy, doce años después, sentarse a la sombra de ese olivo, a que este los cuide a ellos, era de las cosas más maravillosas que ambos podían hacer.
Quizás el olivo no sea el árbol más bonito del mundo, ni el más alto ni el más fuerte, pero Elvira y Aitor sólo necesitan su sombra. Podían prescindir hasta de las sabrosas aceitunas de que disponía. Sólo la sombra. Sólo la amistad.

domingo, 23 de enero de 2011

09:03 AM

Aquel día me invadía la preocupación. Eran las 9 de la mañana, yo esperaba al autobús desde hacía ya 45 minutos, pero ni siquiera un taxi había pasado por allí. Ese día, precisamente ese día, no había amanecido. No sólo iba a perder el autobús, sino que también iba a perderme su mirada, su sonrisa, su tupé... ¿Por qué ese día tendría que haberse quedado dormido el Sol?.

Me entretuvo pensar que igual no se había quedado dormido, sino que Él lo había robado y guardado para poder alumbrar el resto de momentos que nos quedaban juntos. Me imaginaba al Sol dentro de una caja de zapatos, aplastado por la tapa y haciendo fuerza para salir. Él era así, no necesitaba más que una caja de zapatos para hacerme feliz.

Lo que nunca pude imaginar es que ese Sol que no aparecía no había sido robado ni secuestrado. Él sólo tuvo que decirle lo mucho que nos queríamos y lo que tardaría en llegar esa mañana a mi parada de autobús. El Sol, al recordar su amor imposible con la Luna, cedió a sus súplicas y empezó a asomar sus rayos más largos a las 9 y 3 minutos de la mañana, justo cuando Él se sentaba a mi lado en aquella parada de autobús. Y fue precisamente aquel día cuando descubrí que Él era la persona indicada para hacerme feliz sin necesidad siquiera de una caja de zapatos.

Desde entonces el Sol, Él y yo seguimos encontrándonos a la misma hora en la misma parada de autobús para revivir juntos el amanecer más bonito de nuestras vidas.

jueves, 13 de enero de 2011

Frío

Era de noche. Lo se porque podía ver las estrellas reflejadas en sus ojos.  Estábamos en la cima de una colina, a las afueras de la ciudad, para que la luz y el ruido de esta no pudieran molestarnos. Solos, los dos, mirándonos sin necesidad de hablar. Hacia frío, yo tenía frío. Fui al coche a por una chaqueta y fue en esos 42 segundos cuando todo debió cambiar. Ella estaba ahí, pero su mente había viajado mucho mas allá de las estrellas. No sabia porque pero se sentía incomoda, necesitaba hablar. Hablar ella y yo, cuando hacia un rato parecía que ambos teníamos claro que no era necesario. Y no lo fue. Yo la entendí, siempre entendía sus miradas. Era de noche, pero yo ya me había olvidado del frío.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Negro.

Se abre el telón y no se ve nada.

Está oscuro, no veo el camino. ¿A la derecha? Quizás sea mejor ir a la izquierda… o no, no lo sé. Me he perdido. He querido llegar al mejor destino y me he perdido.
No puedo retroceder, el camino está cerrado. No puedo avanzar, perdón, no se avanzar.

¿Y si avanzo sin mirar? Me voy a llevar las paredes por delante y puedo cargarme algún cimiento. ¿Y si me equivoqué en el último giro? O lo que es peor… ¿qué pasa si no se caminar?. Es ahora cuando tengo que pensar que siempre hay luz, que tarde o temprano veré la luz. Quizás no la que espero ver… otra, menos intensa al principio, pero que consiga alumbrarme el camino poco a poco.

Sí, cojo un poco de lo bueno del camino y empiezo a andar. Yo sé caminar, claro que se caminar.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

Ay madre mia

Hace un tiempo me ocurrió una historia que todavía hoy no he podido olvidar.
No esperéis una historia de ciencia ficción porque no, en el pueblo del que os voy a hablar nunca ha habido ningún extraterrestre, ¿Qué no lo parece? Pues tenéis razón, Alicia la panadera parece de otro planeta pero, creerme, no lo es. Le pregunte a su hija una vez y no, no lo es. Pero es que hay cosas que no son lo que parecen, como la frase “una historia que no he podido olvidar”. Sé que puede llevar a equívoco y haceros pensar que la historia os va a dejar boquiabiertos y diciendo “oh-dios-mío” (que grande Friends) pero no. O sí. Ahora he dicho otra frase que puede llevar a equívoco. O no. Y ahora otra.
Lo veis, no todo es lo que parece.

Así empieza una historia que empecé a escribir hace tiempo y que ayer, casi sin quererlo, retomé. Para conocer el final tendremos que esperar mucho tiempo, me temo.