miércoles, 16 de marzo de 2011

La mañana sin mañana.

Su cocina no era tan grande como para poner una mesa y, aunque en el comedor tenía una enorme y bien iluminada, a ella le gustaba desayunar sentada sobre la encimera de la cocina. No tenía porque ir con prisa, o sí, daba igual. Ella era feliz allí, mirando aquel cuadro del ron cubano. Siempre imaginaba que al señor de la derecha, el que estaba más gordo y llevaba dos botellas, le acababa de tocar la lotería y por eso había invitado a su amigo a celebrarlo. “Son los dos unos borrachos” decía su madre mientras aceptaba a regañadientes que no quisiera desayunar “como las personas” en el comedor.
Pero ella no creía que fueran borrachos. Ella creía que eran de esas personas que les gusta celebrar las cosas a lo grande, como si no hubiera un mañana. Igual aquel señor solo había ganado diez euros (o cual fuera su equivalente en la moneda de Cuba), pero había querido celebrarlo, compartir su felicidad. Como si no hubiera mañana.
Y día tras día imaginaba esta historia en su cabeza sentada en la encimera de la cocina, disfrutando de aquel cuadro una y otra vez así como de todas las cosas que envolvían a aquel rutinario momento. Como si no hubiera mañana.

1 comentario:

Arnau Castro dijo...

Una pequeña historia bien terminada en muy pocas lineas, me gusta!